En el Cairo nada parece una obligación, todo se hace con gusto, sin prisa ni estrés, con una sonrisa por delante. Nada es obligatorio, digo, salvo esperar. Bendita paciencia. “Shueieh Shueieh”, como dicen por aquí.
Mi amigo Ahmad, de Jordania, llegó un par de días después que yo y nos pusimos a la tarea: buscar piso. Pese a ser árabe, le confundían constantemente con un extranjero por su extraño aspecto, por su cerrado acento beduino y porque no sabe pronunciar bien la letra ‘R’ (sabéis a lo que me refiero). Pero más que un handicap, llegamos a sacar partido de ello.

Ahmad, en un restaurante.
Lo primero fue marcarnos la zona, es decir el barrio, porque en esta inconmensurable ciudad hay que marcarse límites de acción para no dispersarse. Una vez marcados los límites, unas diez o quince manzanas, es cuestión de empezar a moverse, de preguntar a la gente de los comercios por el precio aproximado de los alquileres en la zona, de hablar con la gente de la calle y hacer amigos, dar mil vueltas, escuchar ofertas, rechazar, esperar, volver a rechazar, marcharte con cara de pocos amigos para forzar una posible rebaja futura y volver a empezar dos o tres calles más allá. Así hasta que vas aprendiendo cómo funcionan las cosas.
Estuvimos tres días enteros en dos barrios diferentes. En el primero, por ejemplo, estuvimos más de una hora esperando unas supuestas llaves que no llegaban -y nunca llegaron- en el despacho de un árabe rechoncho y de cara amable que no paraba de toquetear sus dos teléfonos móviles (“mala señal”, me decía Ahmad). De ahí nos llevaron a otro despacho (todo inmobiliarias) donde pensando que Ahmad y yo éramos extranjeros, empezaron a hablar de como se iban a repartir la comisión delante nuestra. Mala jugada, acabaron por no sacar nada.
Por otro lado, un chico muy amable llamado también Ahmad que conocimos en un restaurante de comida rápida nos enseñó varios pisos de amigos suyos sin querer comisión, pero para ese momento ya nos habíamos dado cuenta de que esa zona estaba demasiado mal comunicada con el centro, así que volvimos al principio, a elegir otro barrio. Una derrota a tiempo puede ser una victoria, y vaya si lo fue.

El amigo Ahmad en su restaurante de comida rápida junto a mis 'compis' Javi y Alicia
La segunda zona era más… del pueblo, por así decirlo, más castiza, más humilde. La vida hierve en estos barrios (como podéis ver gracias a las fotos de Ainhoa, compañea de clase a la que quiero agradecer estas imágenes). Sus calles hierven de gente paseando o sentada en los porches hablando, gritando, discutiendo, cantando, bailando, reunidos en comunidad. Hierven de vehículos que se aglutinan, de comercios que se ‘comen’ todo el espacio público que pueden. Tranquilamente. Bullicio. Vida. El dolor de cabeza al principio era inevitable, pero me gustaba, quería vivir aquí.

Vista de las avenidas del Cairo en una hora no punta.
Mismo procedimiento que en el otro barrio. Repartiendo unas guineas de propina a cambio de información nos encontramos con otra buena persona en el camino, otro amigo de muchos que le seguirán. Aquí, si te abres a la gente sin miedo, normalmente te van a recibir con los brazos abiertos. De nuevo se llama Ahmad, dependiente de una tienda de dulces y pasteles. Se apiadó de nuestra desubicada situación y nos prestó su ayuda. Primero le explicó a Ahmad como tenía que negociar, los precios de ésta y otras zonas, el funcionamiento de las comisiones y demás. Luego nos llevó a varias inmobiliarias a visitar distintos pisos e intercedió por nosotros en la negociación, protegiéndonos. Recuerdo que uno de los pisos que vimos, un ático con terraza algo pequeño y mal distribuido, estaba bien en general, de no haber sido por el casero, un ‘sheij’(viejo musulmán ultrarreligioso) que no paró de preguntarme por qué no me convertía al Islam y por qué llevaba pendientes (tras esta entrevista, entendí conveniente quitármelos y guardarlos).

Bullicio a la entrada del metro cairota
Como estaba ocupado con su trabajo y no conseguía nada que nos interesara, nos envió a un primo suyo, Abdu Rahman, un verdadero ángel en nuestro camino que nos ha ayudado durante dos días completos y lidiado con todo tipo de mafias inmobiliarias hasta que hemos conseguido un piso a nuestro gusto, y que nos ha ofrecido toda su ayuda, desde hacernos de chófer los primeros días hasta buscarnos trabajo si estábamos interesados o incluso ofrecernos dinero si lo necesitábamos. Él y varios amigos suyos han sido encantadores con nosotros. De esta forma consigues en unas horas que un desconocido se convierta en amigo para toda la vida.
Si te abres a la gente sin miedo, normalmente te van a recibir con los brazos abiertos
Observando esta forma de vida, estos comportamientos tan sociales y comunitarios, se me vienen inevitablemente a la mente las imágenes de las películas sobre los barrios de inmigrantes italianos en EEUU de los años cincuenta, por un lado y, por otro, las historias que me contaba mi familia sobre su pasado, nuestro pasado, sobre cuando mis tíos eran niños o adolescentes (a finales de los años sesenta y durante los setenta y principios de los ochenta) y vivían en un barrio de Córdoba. Existía la vida de barrio. Todos los vecinos se conocían y se reunían a diario en las calles, los porches o los portales para charlar y echar la tarde. La calle era de ellos, de quién si no iba a ser. Si pasaba algo a cualquiera, todos acudían. Una gran comunidad que se protegía. Había un intercambio social constante que nos hacía más humanos, más valientes y decididos ante la vida; formábamos parte de algo. Así, se promovían desde pequeños unos valores como la solidaridad, la empatía y la comprensión o el altruismo, valores que hoy día tristemente estamos perdiendo en muchas zonas de nuestras ciudades.
El casero de uno de los pisos, un ‘sheij’ (viejo ultrarreligioso), no paró de preguntarme por qué no me convertía al Islam
Pero más importante aún que eso, la sociedad individualizada e individualista en la que nos estamos convirtiendo es más fácil de manejar y gobernar que una sociedad comunitaria. Más fácil de dominar y de subyugar. Más sumisa, pues se encuentra indefensa y, por lo tanto, más intimidable. Para conseguir esto ha hecho falta eliminar el “dónde” de la ecuación, es decir la calle. Limitarnos su acceso con libertad. Por otro lado, se induce el miedo utilizando la excusa de la seguridad para producir la aceptación de la mayoría. Y ¡voi lá ! a des-socializar, a deshumanizar, a dominar. En lugar de seguir creyéndonos el centro del mundo e intentar exportar nuestro perfecto way of life occidental, podríamos cambiar nuestra forma de mirar al exterior y tratar de aprender del comportamiento de otras sociedades. Así no nos iría nada mal.
Esto no quiere decir que la sociedad egipcia no se haya visto completamente subyugada por algún que otro dictador tirano últimamente, pero este es otro asunto, relacionado con el comportamiento intrínseco del ser humano, que por ahora me es imposible explicar. Mientras tanto, sigo observando.
[…] nuestro granadino viajero, ha llegado al Cairo y lo cuenta en su blog de GranadaiMedia ‘Memorias de Fábrica’. En los tres días que estuvieron buscando piso ha conseguido conocer más la capital egipcia e […]
mirando al cielo | Granada despierta
Muy bien tio.Lo del pendiente,bien observado.Te tienes q memetizar con el personal en vestimenta y aspecto,le sacaras mas partido a la estancia en tdos los aspectos.»Vagabundo en Africa» de Reverte,y los vijes de Robert,creo,Kaplan.Cuidate!!Abrazos!!Hasta el siguiente episodio,salam.
Rachid
Beorja! Ya sabia yo que te menearias por ahi como pez en el agua… manque en raras ocasiones te hagas el sueco todos sabemos que eres medio moro! Me alegra oir de ti, y el analisis que haces de la vida alli es bastante ilustrativo (y en parte, esperanzador, por que no decirlo). En unos instantes me encontraré con Chirli Parker pa echar unas frescas a tu salud. Un abrazo hermano, cuidate muncho!!
Baja Lajaula