22
abril

Ruta por Alejandría

El primer enclave de visita obligada fuera del Cairo es Alejandría. Su solo nombre evoca la grandeza de antaño, pero contemplando la guía turística de turno leímos el siguiente comentario: “Alejandría es conocida por ser la ciudad más famosa de la antigüedad que menos patrimonio conserva”. Y es bien cierto. Apenas un par de ruinas mal cuidadas y unas catacumbas escalofriantes casi recién descubiertas del período Ptolemaico son los únicos monumentos históricos que cuenta en su haber. En el antiguo emplazamiento de la mítica biblioteca han construido un modernísimo edificio que alberga museos, cines, galerías de arte y, por supuesto, la biblioteca municipal de Alejandría, en un bello intento de recuperar aquel esplendor hoy alicaído.

Llegamos poco antes del mediodía a la ilustre estación de trenes Ramsés del Cairo, pero todos los trenes del día dirección Alejandría estaban completos por ser fin de semana, así que salimos a la plaza que circunda la estación a negociar con los conductores de autobús, taxi y microbús que allí se agolpan gritando a los cuatro vientos: “¡Al-iskandariya!”. Media hora después estábamos montados en un autobús dirección Alejandría. Escapamos trabajosamente del tráfico cairota y nos encontramos con el bello vergel de cultivos a orillas del Nilo, una vista deliciosa tras la áspera ciudad, pero poco después nos alejamos del río África camino de la autovía hacia el norte y a partir de ahí todo el paisaje es desértico hasta que nos acercamos al delta varias horas después.

Vista panorámica nocturna de la plaza central de Alejandría.

Vista panorámica nocturna de la plaza central de Alejandría.

Ya de noche llegamos a nuestro destino. Tomamos una habitación para los cuatro viajeros –Ainoa, Javi, Ahmad y yo- en pleno centro y nos lanzamos entusiastas a recorrer las calles de Alejandría, donde descubrimos una ciudad mucho más tranquila y menos ruidosa que el Cairo, y con una atmósfera mucho más limpia barrida por la fresca brisa marina (al parecer, en verano gran parte del Cairo se muda a Alejandría, por lo que los roles se tornan).

El paseo marítimo, la bahía de Alejandría.

El paseo marítimo, la bahía de Alejandría.

Los alejandrinos, por su parte, resultan ser unas gentes más calmadas, menos habladores y ruidosos que los cairotas y mucho más discretos en sus acercamientos a los extranjeros, más acostumbrados al contacto externo, pero también más reservados. No en vano, siempre ha sido la puerta a Europa.

La luz del día siguiente nos desveló un mar limpio, brillante – más de lo esperado para una gran ciudad portuaria – y en absoluta calma, casi sin olas, como contagiado por el apacible ritmo de vida alejandrino. Igualmente contagiados, tomamos perezosos un té en el paseo marítimo y decidimos pasar el resto del día en una pequeña playa cercana bajo un puente en el cual, en el preciso momento en el que llegamos, se estaba celebrando una manifestación.

La playa bajo el puente.

La playa bajo el puente.

En esta playa las mujeres no podían bañarse más que vestidas por completo, por lo que casi ninguna lo hacía. Sin embargo, las niñas sí que podían, y se las veía disfrutar enormemente de esa igualdad. Al atardecer nos recogió en la playa un amigo egipcio de Javi, Mina, y nos llevó a un típico café del paseo marítimo a disfrutar de la puesta de sol en primera línea de playa mientras nos echábamos unas tawlas (Backgammon), el juego más recurrente en los cafés egipcios y al que me estoy volviendo todo un aficionado.

Atardecer en la playa de Alejandría.

Atardecer en la playa de Alejandría.

Ya de vuelta en el hotel, conocimos a Joanie, o como los egipcios la llaman, Gamila (guapa), una mujer estadounidense que estaba alojada en nuestro mismo hotel y que vive desde hace varios años a medio camino entre Egipto, dónde está su amor, Canadá, dónde vive su hija, y su ciudad natal, Oregón. Gamila trabaja de guía turística por Egipto para compatriotas, así que conoce muy bien el país y nos dio gran cantidad de consejos muy buenos para desenvolvernos mejor.

Ahmad(amigo de Gamila), Javi, Gamila, Ahmad y yo en el Hotel

Ahmad(amigo de Gamila), Javi, Gamila, Ahmad y yo en el Hotel.

Esa noche fuimos a dar una vuelta y a buscar un sitio donde tomar una cerveza. Menudo fue nuestro asombro al toparnos en pleno centro de Alejandría con un garito rockero plagado de posters de bandas británicas y estadounidenses y con todas las paredes graffiteadas. Allí conocimos a varios músicos locales, guitarristas, bajistas y bateristas, cosa que me hizo mucha ilusión pues, hasta el momento, solo había conocido músicos que tocaban el laúd. Fue toda una experiencia pasar una noche un poco más “a la europea” en Alejandría, con unas cervezas y algo de rock acústico en directo.

Al día siguiente de nuevo nos despertamos perezosos, desayunamos junto al mar plácidamente y nos dirigimos a la playa. Esta vez elegimos una a las afueras de la ciudad, en un pequeño complejo residencial. La llegada fue un poco tortuosa, pues el autobús no nos dejó donde se suponía y tuvimos que andar varios kilómetros prácticamente campo a través bajo un sol sofocante. Solo por la deliciosa comilona de pescado que nos dimos al llegar valió la pena. Me pareció curioso que no había restaurantes, sino pescaderías dónde comprabas el género, te lo arreglaban y cocinaban ahí mismo. Luego tenías que ir a una cafetería a comértelo y tomarte un té.

Pescadería en la que compramos nuestro almuerzo.

Pescadería en la que compramos nuestro almuerzo.

La playa no llegamos a ‘catarla’ pues ya era tarde, pero estuvimos en el paseo marítimo contemplando la puesta de sol y tocando la guitarra con unos chicos que se nos acercaron para hacer un poco de intercambio musical: yo les enseñé algunas canciones españolas y ellos a mí algunas árabes. Cuando se fueron -mucho más rápido de lo que yo habría deseado, supongo que por pudor- me quedé un rato tocando por mi cuenta y toda la gente que pasaba por los alrededores me miraba asombrada y con sonrisas cómplices o me saludaban tímidamente, pero ninguno se acercó a saludarme e interesarse por mí, cosa que en el Cairo en un lugar tan concurrido sería impensable.

Un grupo de amigos musicales ocasionales

Un grupo de amigos musicales ocasionales

Por la noche cenamos con Gamila y su amigo Ahmad en el centro y luego fuimos a tomar algo, esta vez a un bar típico árabe, dónde el azar y la fortuna me brindaron la posibilidad de tocar en directo con un experto laudista. Yo no le entendía prácticamente cuando me hablaba y él, sin duda, tampoco a mí, pero no hizo falta. Conseguimos conectar musicalmente y comunicarnos perfectamente. Intenté aprender algo de su musicalidad, de su cadencia y de sus ritmos, pero me resultan completamente ajenos y extraños. Supongo que tendré que zambullirme aún más en su cultura para poder llegar a percibir esos detalles.

Compartiendo actuación con el músico del laúd.

Compartiendo actuación con el músico del laúd.

Nuestro último día en Alejandría lo dedicamos a las visitas turísticas: el casco viejo, la zona pobre (dónde vive el verdadero corazón de la ciudad y dónde la gente nos miraba con más recelo y extrañeza al vernos pasar, aunque no por eso dejaban de tratarnos con absoluta hospitalidad) unas ruinas romanas y las catacumbas, estas últimas lo más destacable y conmovedor. Desciendes como por las escaleras de un pozo unos treinta metros y, una vez dentro, te sumerges en un laberinto de pasadizos y estrechos corredores escasamente iluminados y con paredes repletas de nichos. Desde el primer momento la sensación de agobio y claustrofobia unida al aire denso y viciado llega a ser asfixiante, aunque superado el primer trance empiezas a admirar lo alucinante del lugar. Salas enormes con lápidas e inscripciones antiquísimas, formas y colores imposibles que el paso del tiempo ha dejado en la roca de las paredes y los techos y partes inundadas que dan aún un tono más lúgubre a la visita. En definitiva, apasionante.

Antes de la partida nocturna en tren de vuelta al Cairo un último té de despedida con Mina y su amigo Adil y una última tawla, de nuevo a orillas del mar. Reconfortante descanso alejandrino para recargar las pilas antes de volver al laborioso día a día, aunque en ese momento no sabía que solo dos días me separaban de mi siguiente aventura. ¡Y qué aventura!

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