25
mayo

Viaje de Israel a Jordania II

Al otro lado de la frontera nos espera mi amigo jordano Ahmad con su coche para llevarnos a Ammán. Observando el horizonte mientras el coche avanza a toda prisa empiezan a invadirme imágenes, sensaciones, sentimientos, recuerdos de mi estancia en Jordania hace cuatro años y un ligero escalofrío me sube por la espalda mientras una sonrisa se va dibujando en mi rostro. Tras los saludos iniciales, continuamos el camino en silencio. Estamos cansados. Israel ha sacado lo mejor de nosotros. Buscamos un poco de placidez, pero aún tendremos que sortear un obstáculo más antes de llegar a casa. Nos quedamos tirados sin gasolina en mitad de la carretera y tenemos que ‘patearnos’ varios kilómetros de la autovía hasta encontrar alguna gasolinera.

El mejor humus y falafel de Ammán se enecuentran en el restaurante Hashem, donde dicen que desayuna el mismísimo rey de Jordania

Ahmad va por el camino relatando nuestras viejas andanzas y rememorándome muchos buenos momentos, buenas personas que conocimos. Ya en Ammán nos dirigimos directos al centro, que encuentro muy cambiado desde mi último viaje, mucho más limpio y nuevo. Ahmad me comenta que en realidad nada ha cambiado y que mi impresión se debe a venir de una ciudad tan caótica y desgastada como el Cairo. Puede ser. Primera visita obligada, a cenar al ‘Obrash’, mi restaurante favorito. Este sí que  está cambiado de verdad: reforma completa, aunque sigue manteniendo el aire lúgubre de taberna. Parece que le ha ido bastante bien desde que mi amiga italiana Nora y yo lo descubriéramos hace ya cinco años, cuando era un local solo de árabes y empezáramos a llevar allí a todos los extranjeros, a disfrutar de su magnífico kebab de cordero junto con una cerveza bien fría. Y eso mismo es lo que hacemos nosotros.

Después, buscamos un hotel y despedimos el día en otro de mis viejos lugares favoritos, la tetería Bilat Arrashid. Esta sí se mantiene castiza. Con un té jordano y una partida de tawla (backgammon) Ahmad me recuerda entre risas cuando llevé allí a una chica holandesa a tomar algo y jugar al ajedrez ante la incredulidad de todos los parroquianos y de ella misma, la única mujer que pisaba ese bar en mucho tiempo. Quizá por eso acabó la cita mal… o mejor dicho, en nada. Uno, que es así de ‘especialito’.

A la mañana siguiente vamos a desayunar el mejor hummus y falafel de la ciudad al humilde restaurante Hashem. Tras el copioso desayuno de reyes (dicen que el mismísimo rey de Jordania desayuna ahí, de vez en cuando) bajamos la comida paseando por el centro, por el zoco o por unas ruinas romanas.

Parada para comprar un libro.

No puedo más con el peso de la mochila, pero ¿qué mejor equipaje que un libro?

Nuestros pasos nos llevan al imponente teatro romano, cubierto por una muralla que nos impide verlo desde el exterior y nos obliga a pagar la entrada al interior. Evitando pasar por el aro, damos una vuelta alrededor del recinto, satelital, y charlando un rato con varios vecinos del lugar nos informan de que hay una vista espléndida desde detrás del teatro, desde arriba, donde hay un mirador y es de entrada libre, así que nos decantamos por esta opción y realmente resulta acertada. Encontramos que el mirador está dentro del recinto del Centro de Poesía Jordana, y escoltados por un par de militares nos sentamos a dejar que nuestros ojos se maravillen un rato. Desde la altura, vemos frente a nosotros la elevada colina que preside el centro de la capital jordana y donde se asienta la ciudadela, siguiente paso en nuestra visita.

Teatro romano de Ammán.

Teatro romano de Ammán.

De nuevo juntos los cuatro viajeros tras la vuelta de Ahmad de sus quehaceres jordanos, no podemos evitar tener que coger el coche para subir a la colina, pues bajo el sol abrasador del mediodía en el medio oriente no nos aventuramos a caminar más al descubierto. Al llegar, la ciudadela ya está cerrada, pero tampoco nos importa demasiado pues desde las puertas podemos igualmente contemplar las vistas de toda la ciudad.

Hay una vista espléndida del teatro romano desde un mirador de entrada libre

A lo largo de la muralla y detrás de ésta, donde hay una especie de parque en una pequeña planicie, grupos de niños juegan con sus cometas, las elevan muy alto en el cielo, ríen, discuten sobre la mejor forma de manejarla y gritan de emoción ante cualquier giro del viento que altere su vuelo. Los últimos turistas abandonan el recinto mientras el sol va bajando hasta ocultarse tras los edificios de la colina de enfrente y dibujar con sus rayos ribetes de colores que se elevan en el cielo. Al otro lado, un hombre con un equipo profesional de fotografía saca panorámicas a otro muy bien vestido que sostiene en su mano un laúd mientras posa como para la portada de un disco: gesto serio y pensativo, trascendental, y mirada perdida en el horizonte, fija en un punto. Ante esta impronta no podemos evitar esbozar unas sonrisas maliciosas y algunos comentarios en voz baja, entre nosotros. La picaresca burlona española.

Los niños juegan con sus cometas en la ciudadela de Amman.

Los niños juegan con sus cometas en la ciudadela de Amman.

Agotados y hambrientos, pues no habíamos probado bocado desde el antológico desayuno, nos retiramos al que, en los días que nos quedan en Ammán, será nuestro nuevo hogar, la casa de la familia de Ahmad, la cual nos recibe con los brazos abiertos y una maravillosa cena preparada por su madre y su hermana.

A la mañana siguiente visitamos el punto más profundo del planeta, el Mar Muerto, a más de cuatrocientos metros por debajo del nivel del mar. Al salir de la autovía principal y dirigirnos a la zona donde se encuentra la carretera dibuja una larga y pronunciada pendiente que desciende súbitamente hasta el valle y nos introduce en su agobiante clima. Ya a orillas del lago, lo prometido es deuda, así que una vez dejada atrás la zona de más tráfico, uno por uno nos va dejando el coche para que practiquemos un poco y nos vayamos soltando en la conducción estilo árabe.

Un chapuzón en el Mar Muerto.

Un chapuzón en el Mar Muerto.

Dejamos atrás las caras playas privadas de los hoteles y nos refugiamos en una ‘calita’ solitaria donde remojarnos un rato en solitaria paz, donde en lugar de arena encontramos rocas blancas, rocas de sal pura, y como entrada un barranco por el que milagrosamente descendemos ilesos. Una vez en el agua, la sensación es, por ser única, indescriptible. No solo flotas, es que no puedes hundirte ni intentándolo, pues la fuerza de la densidad del agua derivada de su alto contenido en sal te empuja con perceptible fuerza.

En el Mar Muerto no solo flotas, es que no puedes hundirte ni intentándolo

El sol abrasa y el tacto del agua es aceitoso, pero refresca y puedes tumbarte y echarte literalmente una siesta (yo casi llegue a dormirme profundamente), pues está en una calma mortecina. Tras una hora o dos de reposo y disfrute, de meditación, salimos del agua y al tiempo que nuestra piel se va secando, se va cubriendo de una película blanca de sal que nos va deshidratando. Nos la quitamos con la toalla, en la medida de lo posible, pues hasta nuestro pelo se ha vuelto parcialmente blanco, y huimos de las brasas hacia la granja de un amigo, donde con una manguera rehidratamos un poco nuestra reseca piel e incluso nos damos un pequeño paseo en caballo, mientras el sol se despide del día en el horizonte, esta vez en medio del campo, en una llanura plagada de granjas donde al fondo, al oeste, se intuyen las montañas desérticas de Israel.

Comida en casa de Ahmad.

Comida en casa de Ahmad.

Dos días más pasamos en Ammán, adornados con inconmensurables comilonas preparadas por la madre de Ahmad, especialmente los desayunos, que son para ellos la comida más importante del día, e incluso a veces la única (no es nuestra costumbre comer tanto por la mañana, pero lo agradecemos pues nos da la necesaria energía para aguantar todo un día de andanzas); o visitando Salt, la ciudad natal de Ahmad, que al igual que la capital se sienta entre un puñado de colinas por lo que es toda cuestas, así que ponemos a prueba de nuevo nuestra fuerza de voluntad y el aguante de nuestros pies. Vale la pena por ver desde sus alturas un nuevo atardecer, por recorrer sus ajetreadas calles llenas de vida y por conocer las ruinas de su ciudad antigua y un antiguo cementerio turco, donde Ahmad nos cuenta la historia de la ciudad en los últimos siglos.

Imagen de Salt.

Imagen de Salt.

Por la noche damos algunos garbeos por los bares de Amman, mucho más abiertos al público que en el Cairo, es decir menos escondidos, y con mucha mayor concurrencia, tanto de jóvenes árabes como de extranjeros, pero como hemos llegado entre semana tampoco hay mucho ambiente y las noches terminan pronto.

En el mercadillo de ropa de segunda mano ‘Al-Abdaly’ puedes encontrar todo tipo de ropa rara y estrafalaria a precio de saldo

El último día fuimos de visita al que era mi gran centro de compras durante mi pasada estancia en Jordania, el mercadillo de ropa de segunda mano ‘Al-Abdaly’ donde puedes encontrar todo tipo de ropa rara y estrafalaria a precio de saldo y donde me encantaba, y me sigue encantado, pasar las horas paseando entre los gritos de los vendedores o discutiendo con alguno de ellos con la intención de hacer un amigo, pasar el rato y aprender árabe de la calle más que de tratar de conseguir alguna rebaja porque el precio ya es suficientemente barato. Esa misma noche en casa de Ahmad nos espera una suculenta cena de despedida, y luego su hermana me enseñó a hacer unas deliciosas magdalenas de chocolate caseras. Después, la madre se despide de nosotros entre sollozos y nos invita a volver cuando queramos.

Las hermanas de Ahmad preparan magdalenas de chocolate.

Las hermanas de Ahmad preparan magdalenas de chocolate.

A la mañana siguiente ya nos toca viajar de nuevo. Temprano, aún de noche, cogemos el autobús de un viaje turístico organizado. Los cánticos y juegos del animador del bus amenizan el trayecto y consiguen levantar a toda la concurrencia, mayoritariamente árabe. Nos dirigimos a Petra, donde solo nos dejan estar tres horas, insuficientes para un paraje en el que incluso tres días serían pocos, antes de llevarnos a pasar la noche en el desierto. Todo lo que escriba sobre Petra estaría de más, pues todo se ha escrito ya y además es tan fascinante que solo visitándola puede uno captar su esencia. Diré solo que fue mi quinta visita y aún me quedan resquicios por conocer, pese a perderme una y otra vez entre sus colinas y sus escondrijos tallados en la piedra o entre los imposibles dibujos de colores que se dibujan en sus riscos, según la incidencia del sol.

De visita en Petra.

De visita en Petra.

Por la tarde noche llegamos al desierto de Wadi Rum. Tras un rápido paseo en jeep por sus dunas y la visita a alguna de sus montañas de roca más significativa, nos quedamos a pasar la noche en el campamento, donde nos han organizado una fiesta nocturna típica árabe, con bailes y cánticos, muy muy divertido. Como somos los únicos extranjeros del lugar, todo el mundo nos agasaja y se interesa por nosotros. Apagadas las luces, llega la oscuridad al desierto. La inconmensurable noche, plagada de estrellas, y el amanecer en el desierto transmiten una paz sublime, una sensación que de verdad necesitaba experimentar tras los sudores del Cairo.

Desierto de Wadi Rum.

Desierto de Wadi Rum.

Desayunamos en comunidad y realizamos prestos la última etapa de nuestro viaje: autobús hasta Aqaba, ciudad portuaria al sur de Jordania, taxi hasta la frontera con Israel, que esta vez sí cruzamos sin problemas. Hacemos autoestop de nuevo de una frontera a otra, unos veinte o treinta kilómetros, y la suerte vuelve a sonreírnos mientras arrastramos nuestros pies por el andén de una carretera israelí. Cruzada la frontera de vuelta al Egipto, de nuevo autobús camino al Cairo, donde llegamos pasadas las once de la noche. Ya en casa, nuestras cabezas aún dan vueltas, rememorando la increíble experiencia que acabamos de vivir. Toca descansar porque mañana nos espera la rutina, el tráfico, la marabunta, el bullicio, el Cairo.

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